jueves, 13 de febrero de 2014

Struwwelpeter

Struwwelpeter (traducido como Pedro Melenas, Pedro El Desgreñado o El Despeluzado) es el personaje principal del libro para niños del mismo nombre, obra del médico alemán nativo de Fráncfort del Meno Heinrich Hoffmann (1809-94).

Es uno de los libros de cuentos alemanes más exitosos; ha sido traducido a múltiples idiomas. Consta de varias historias (narradas en verso) en las que en cada una de ellas es protagonista un niño con algún vicio o "malcomportamiento" distinto, quien al final, recibe un castigo.

En una carta publicada en el periódico Die Gartenlaube en noviembre de 1892, el autor explica:

«¡Habent sua fata libelli! ¡Los libros tienen su Destino! Y esto vale para el Struwwelpeter. En la Navidad de 1844, buscaba un regalo para mi hijo pequeño, de tres años y medio. Quería un libro ilustrado, que correspondiese a la edad de aquel pequeño ciudadano del mundo, pero todo lo que veía no me decía nada; libros con dibujos de piratas, de animales, de sillas y de mesas. Historias largas y bobas que tras múltiples exhortos, concluían con la moraleja explícita: Los niños deben ser siempre buenos oLos niños deben ser limpios o decentes, o justos, etc.(...)
Finalmente, tomé un cuaderno en blanco y le dije a mi esposa: 'Le voy a hacer al niño el libro ilustrado que necesita'. El niño aprende viendo, le entra todo por los ojos, comprende lo que ve. No hay que hacerle advertencias morales.

Cuando le dicen: Lávate; Cuidado con el fuego; Deja eso; ¡Obedece!, para el niño son conceptos sin sentido. Pero el dibujo de un desarrapado, sucio, de un vestido en llamas, la imagen de la desgracia le instruye más que todo lo que se pueda decir con las mejores intenciones. Por eso es cierto el refrán que dice: El gato escaldado huye».


Struwwelpeter 
(traducido como Pedro Melenas)



¡Aquí está, nenes y nenas,
éste es Pedro Melenas!
Por no cortarse las uñas
le crecieron diez pezuñas,
y hace más de un año entero
que no ha visto al peluquero.
¡Qué vergüenza! ¡Qué horroroso!
¡Qué niño más cochambroso! 


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La historia del malvado Federico

 
¡Federico, Federico
era un demonio de chico!
A las moscas por las malas,
les arrancaba las alas.
Mataba pájaros, gatos,
destrozaba sillas, platos
y su maldad era tanta
que azotó a la gobernanta.


En la fuente con afán
saciaba su sed un can.
Federico, el muy malvado,
lo sorprende descuidado,
y sin pensárselo mucho
azota al pobre chucho.



El perro gime y, arisco,
responde con un mordisco.
Federico, el imprudente,
grita y llora amargamente,
hasta que el perro se asusta
y se larga con la fusta.


A Federico el doctor,
para calmarle el dolor,
le mando una medicina
más amarga que la quina.



El perro, en cambio, se harta
de salchichas y de tarta;
antes de seguir camino
bebe un vaso de buen vino,
y vigila bien la fusta
porque el palo no le gusta.



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La tristísima historia de las cerillas

Los papás de Paulinita
la dejan sola en casita.
La niña corre, jugando
con su muñeca y cantando,
hasta que —¡Oh maravillas!—
ve una caja de cerillas.
"¡Qué juguete! ¡Qué bonita!",
dice, al verla, Paulinita:
"Voy a probar a encender
como mamá suele hacer".



Y Minta y Maula, las gatas,
levantan, tristes, las patas:
"¡Tu papá te lo ha prohibido!",
le dicen, con un maullido:
"¡Miau, mio! ¡Miau, mio!
¡Te quemarás! ¡Déjalo…!"


Paulinita desatiende
el buen consejo y enciende,
como se ve en la figura,
la cerilla —¡ay, qué locura!—
mientras salta de contento
sin descansar un momento.


Y Minta y Maula, las gatas,
levantan, tristes, las patas:
"¡Tu mamá te lo ha prohibido!",
le dicen, con un maullido:
"¡Miau, mio! ¡Miau, mio!
¡Te quemarás! ¡Dejaló…!"

 



Las llamas —¡ay!— han prendido
en la manga, en el vestido,
la falda, la cabellera…
se quema la niña entera.


Minta y Maula, al contemplarla,
gimen a dúo: "¡Salvadla!
¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Corriendo!
¡La pobre niña está ardiendo!
¡Miau, mio! ¡Miau, mio!
¡Paulinita se quemó!"


La niña —¡qué gran tristeza!—
ardió de pies a cabeza.
Quedaron los zapatitos,
cenizas y dos lacitos.


Minta y Maula, frente a frente,
lloran muy amargamente:
"¡Pobres papás! ¡Miau, mio!
¿Dónde estarán? ¿Dónde? ¿Do?"
Y derraman, tristemente,
de lágrimas un torrente.